Las sábanas acariciaron sus cuerpos desnudos, se humedecieron con el sudor y la pasión por la que se dejaban llevar. No midieron sus palabras, un cocktail de sentimientos que embriaga y seduce dejandote sin respiración. La almohada cayó al suelo, desde donde yo, un voayeur sin escrúpulos, contemplaba a dos actores desbordándose sin miedo al pudor. Amaneció con la música de Antonio Orozco y aún me pregunto ¿dónde fueron a parar esas almas perdídas? que me robaron el corazón.
Ángel Caballero
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