Admite señoras mayores y víctimas jóvenes de la fast food
Tarjetas, la de visita y una de presentación
Abierto desde el aperitivo
Cierre en falso
Descanso del personal: cualquier día de la semana
Puntuación: dos tenedores y una cucharilla.
En medio de la guerra sin cuartel que enfrenta a Santamaría con Adriá, descubrimos Fuera de carta, un restaurante muy chic de nueva apertura en el madrileño barrio de Chueca. Su propietario, el cheff Cámara, que lo define como un “urban gay restaurant”, se esfuerza en explorar los secretos de la nueva gastronomía e intenta escapar del explotado modelo de la cocina/comedia española. En el comedor, artificial como la propuesta al mejor gusto Ikea, la maitre Lola Dueñas hará lo posible con historias de amores fracasados y atrevidos números musicales. La vajilla y la cristalería, informal como los resultados, salvan las imposibles broncas del personal ante los fogones. De la extensa carta, sobresalen la quiché Fernando Tejero, poco refinada al llegar a mesa, el bife argentino, de escasa consistencia, y los postres, ingenuos y frescos, como la sonrisa de dos niños. Con independencia de los que sostengan los críticos de Michelin, que doctores tiene la Iglesia, el comensal, como en tantos locales que proliferan en nuestra ciudades, sale del establecimiento sin saber si el costoso almuerzo fue en realidad un sugestivo tapeo o una cena ligera. El apetito, sin embargo, obra milagros. ¡Oído cocina!
En medio de la guerra sin cuartel que enfrenta a Santamaría con Adriá, descubrimos Fuera de carta, un restaurante muy chic de nueva apertura en el madrileño barrio de Chueca. Su propietario, el cheff Cámara, que lo define como un “urban gay restaurant”, se esfuerza en explorar los secretos de la nueva gastronomía e intenta escapar del explotado modelo de la cocina/comedia española. En el comedor, artificial como la propuesta al mejor gusto Ikea, la maitre Lola Dueñas hará lo posible con historias de amores fracasados y atrevidos números musicales. La vajilla y la cristalería, informal como los resultados, salvan las imposibles broncas del personal ante los fogones. De la extensa carta, sobresalen la quiché Fernando Tejero, poco refinada al llegar a mesa, el bife argentino, de escasa consistencia, y los postres, ingenuos y frescos, como la sonrisa de dos niños. Con independencia de los que sostengan los críticos de Michelin, que doctores tiene la Iglesia, el comensal, como en tantos locales que proliferan en nuestra ciudades, sale del establecimiento sin saber si el costoso almuerzo fue en realidad un sugestivo tapeo o una cena ligera. El apetito, sin embargo, obra milagros. ¡Oído cocina!
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