
Pero el destino (y mi mala cabeza) quiso que me equivocara con los horarios de proyección, obligándome a decantarme por otra película.
Entre las que ya había visto, otras que no me apetecían y las ya empezadas, mis posibilidades quedaron reducidas a tres candidatas.
De repente sonó mi teléfono, al otro lado del aparato, la voz de mi progenitor me recomendaba que fuera a ver la última película de Nacho Vigalondo. Fue en aquel preciso momento cuando vinieron a mi cabeza las buenas críticas que había recibido la cinta en varios festivales de cine, las dificultades que había tenido para estrenarse y los elogios escritos por un amigo mío en la revista para la que trabaja. En ese instante, me decidí y una entrada para los Cronocrímenes.
A medida que avanzaba la historia del film, más me costaba entender la lógica que seguían los personajes, enormes fallos guión, esos absurdos intentos por engañar al espectador y sobretodo la mala elección del director al autodirigirse como actor. El gran parecido que guarda la cinta, con otras obras maestras del cine, del estilo de Mis dobles mi mujer y yo o Intacto, hicieron tambalear mi opinión sobre las críticas de mi amigo y lo peor… llegue a la conclusión del poco afecto que siente mi padre por mí, al enviarme a ver esta versión extendida de lo que podía haber sido un buen cortometraje, como esos a los que Vigalondo nos tiene acostumbrados.
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